Los que nadie ve

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http://www.elpais.com.uy/suplemento/quepasa/los-que-nadie-ve/quepasa_579...

 

Entre la desidia de las autoridades y el dolor de los deudos, unos mil uruguayos trabajan en cementerios y funerarias. Cómo viven esos que lidian todos los días con la muerte.

 

Ya hace rato que los sepultureros -la mayoría de ellos bastante jóvenes- están trabajando en la soleada mañana en el Cementerio del Cerro. Cavan, ríen, se cuentan historias del fin de semana y bromean un poco. Se acerca el primer entierro del día. Solo dos van a recibir a la primera procesión de la jornada. Ellos son, algo previsiblemente, los más veteranos. Cada uno tiene cerca de 20 años de trabajo en el cementerio.

Es que van a enterrar a un niño, de lo más ingrato y desgastante, donde hay que proceder con mucho tacto en el contacto con los familiares y allegados. Y eso se aprende con el tiempo. "Cuando muere una criatura es lo peor", dice Jorge Fernández. "No te acostumbrás nunca".

Cuando terminan de colocar el ataúd en un nicho, él y Wellington Maidana se apuran para llegar a otro entierro. Es un día con mucho para hacer en el cementerio. En el rato que Qué Pasa estuvo con ellos se hizo una reducción -se juntan los restos de un ataúd y se colocan en un recipiente más chico-, se cavó una fosa y restaban seis más.

Trabajar con la muerte se hace -casi sin excepciones- por razones poco vinculadas a la vocación. Una vez adentro, quienes habitan ese mundo generan su propia cultura y códigos. "Trabajar en esto tiene sus cosas, por supuesto. Pero no sé si el afuera no es peor", dice Maidana y señala más allá de los muros del cementerio. Fernández asiente. Los dos relatan más o menos la misma historia: la reticencia a decir en dónde y de qué se trabaja cuando algún curioso pregunta.

Mientras caminan por los senderos principales, los que dividen al cementerio en sectores, señalan hacia el grupo de colegas más jóvenes. "Ellos nunca dicen que laburan acá cuando salen a bailar", dice Fernández. "Si les preguntan, dicen que trabajan en la intendencia, pero no explican más. Hay muchos preconceptos y suposiciones erradas sobre nuestro trabajo" Las leyendas urbanas abundan en el rubro. "Capaz que alguien piensa que comemos sobre un ataúd...".

La escuadra de cavadores ya retomó su trabajo luego de haberse acercado más o menos unos 30 metros de donde se hizo el primer sepulcro y contemplar, silenciosamente, el dolor ajeno durante unos minutos.

Retoman sus herramientas y pasa el encargado interino del lugar, César Moreira. "Esto es lo que decimos una tumba `caliente`" dice mientras picos y palas hacen su trabajo. "El cuerpo que estaba ahí fue reducido para dar lugar a un nuevo cuerpo. Si no rotamos, se nos acaba la capacidad. Qué lástima que no llegaste antes, hubieses visto cómo lo reducíamos...".

Los sepultureros siguen cavando. Ellos, como otros trabajadores que lidian con la muerte -aproximadamente 1.000 personas- se unieron recientemente para reclamar un nuevo régimen para la jubilación y mejoras en el ambiente laboral.

TABÚ. A la muerte le huyen todos, dicen varios de los que fueron consultados para esta nota. "Nadie quiere saber. O si quieren, es por morbo", dice Fernando Ríos, de la Asociación de Funcionarios Judiciales y fotógrafo forense en la Morgue Judicial. "Yo no puedo llevarme el trabajo a casa. ¿De qué cosas voy a hablar cuando estamos sentados en la mesa comiendo con mi esposa e hijos? ¿De lo que vi o hice ese día?"

Esa aversión a tratar con todo lo relacionado a la muerte repercute sobre las condiciones laborales de los trabajadores. Ellos alegan que ni las autoridades -Intendencia o Poder Judicial- ni la patronal (las empresas fúnebres) contemplan lo que es trabajar así.

Cuando Qué Pasa visita a Ariel Sánchez, empleado de una funeraria, la charla se desarrolla entre ataúdes usados vacíos que esperan el traslado hacia algún cementerio.

Tanto él como Ríos y Miguel Pierri, funcionario de Necrópolis y afiliado a Adeom, se reunieron para plantear entre todos y a través de sus respectivos gremios, que su tarea sea considerada como "bonificada" lo que implicaría que un año laboral se computara como dos o más. Hasta ahora han sido escuchados, pero nada concreto ha sido resuelto. También piden mejoras en las condiciones de trabajo "Si esto no es trabajo insalubre, ¿qué lo es?", dice Sánchez.

Ríos por su lado aporta que los tres oficios -empleado de funeraria, trabajador de la morgue y sepulturero municipal- forman una cadena. "Cuando alguien se muere, él (señala a Sánchez) lo va a buscar. Es probable que lo recibamos en la morgue para una autopsia y luego se lo llevamos a él (señala a Pierri). Así se completa nuestro círculo".

Moreira acompaña en un recorrido por las distintas secciones. Es la única fuente consultada que tiene una visión positiva de su trabajo. Dice que el del Cerro es el cementerio más chico de todos los de Montevideo, y el más visitado. Llegó ahí porque ganó un concurso en la Intendencia y lo que más le interesaba era salir del Palacio Municipal. Podría haber ido a un museo pero dice que le gusta su lugar de trabajo. "¿Ves esas tumbas, que arregladas y prolijas que están?", dice Moreira.

"No todo el mundo las cuida, pero muchos sí lo hacen. Es cierto que uno viene acá por los muertos, pero todo esto -los arreglos de flores artificiales, cortar el pasto, poner cosas en las tumbas en las fiestas- todo eso se hace para los vivos, ¿no? Para tener algo de consuelo como deudo".

Entre las idas y vueltas de una parte del cementerio a otra, los sepultureros comparten algunos de los gajes de su oficio, como a qué profundidad hay que enterrar a un muerto. Lo ideal es un metro bajo tierra, pero eso hace que el cuerpo se conserve durante mucho tiempo, lo que dificulta el proceso de reducción. Entonces lo entierran bastante más cerca de la superficie. Y hay que golpear antes de entrar a los panteones, para "avisarles" a ratas y cucarachas que van a entrar.

Llega una nueva procesión y el equipo ya tiene la tumba pronta. Es un día soleado y hace algo de calor. Las risas y comentarios jocosos que se hacían mientras cavaban se van acallando a medida que se acercan los deudos. Cuando éstos ya están en torno a la fosa, el silencio es solo interrumpido por el ruido lejano del tránsito y algún que otro pájaro que canta. Y los llantos que casi siempre acompañan la última despedida.

"Queremos que nos bonifiquen"

Lo prioritario para los trabajadores de la muerte -de las funerarias, de la Morgue Judicial y de Necrópolis- es que se incluya a sus tareas entre las "bonificadas". Eso se decide por un decreto estatal, explican los sindicalistas. Más allá de eso, también pretenden trabajar mejor equipados -hay equipos en la Morgue Judicial que deberían ser actualizados porque ya cumplieron su vida útil, por ejemplo- y con horarios menos rigurosos. "Acá no hay feriado que valga", dice Ariel Sánchez, quien trabaja en una funeraria. Jorge Fernández, del Cementerio del Cerro, dice que durante varios años trabajó sin un solo feriado. Tuvo libre únicamente por licencia. Piden también apoyo psicológico. Es común, afirman, que el trabajador recurra al alcohol u otra droga para sobrellevar el desgaste emocional.

Trastornos mentales y de conducta

"Ellos vinieron a pedir que hiciéramos un estudio sobre sus condiciones de trabajo", dice la psicóloga Elizabeth Chávez, de la división de Medicina Ocupacional del Hospital de Clínicas. El propósito es que se establezca, con una base científica, si trabajar con la muerte provoca "trastornos mentales y de comportamiento", condición necesaria para que las tareas puedan ser bonificadas. El mes pasado, se incluyeron 77 patologías a la lista de enfermedades profesionales con cobertura del Banco de Previsión Social. "Pero recién estamos empezando a elaborar los insumos necesarios para poder constatar si trabajar con la muerte tiene esas consecuencias", concluye Chávez.